lunes, 2 de marzo de 2009

Domingo.




Crepúsculo de Domingo. Las horas me arrastran con una monotonía brutal. En principio la palabra Domingo es muy fea, no solo por lo que evoca, sino por su sonido, y sobre todo, por lo que no evoca. Pero aún dentro del domingo, aún comprimida dentro de una palabra muy fea, es preciso hacer lo siguiente:
1. Descalzarse; meterse en la cama como diligencia y vivacidad como una carta saltando en un sobre; pasarse la lengua; estampillarse y partir.
2. A los cinco minutos te devuelven la carta. Destinatario desconocido.
3. Que se vayan a la mierda.
4. Comienza la agonía deminical. Qué hacer. Qué deshacer. ¿Que liro leer, hipocrite lecteur?


(al fin! alguien más debía explicarme como son mis Domingos, De Los Diarios, de Alejandra Pizarnik)

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